Reflexión del Evangelio
XV Tiempo Ordinario
Ciclo A, evangelio según san Mateo 13, 1-23
Domingo 12 de julio, 2020
Los hombres, no tenemos confianza en la palabra del hombre. Como ya decía el salmista, desconsolado y decepcionado: “Ya no hay hombres buenos ni… leales. Cada cual engaña a su prójimo, se dicen buenas palabras, pero con doblez” (Sal 12, 1-2). Hoy la palabra sigue siendo desvalorizada: no se cree a las promesas, nos sentimos garantizados solamente por documentos escritos y firmados, por hechos y no por palabras.

La semilla es la Palabra de Dios que encuentra un horizonte vasto de indiferencia, de hostilidad, de rechazo. Sin embargo, no se para por eso ni se desalienta.
La palabra de Dios, al contrario, es viva y eficaz, actúa lo que anuncia. La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.
En el Evangelio de hoy Jesús se encuentra en un momento de crisis de su credibilidad cerca de la gente: sólo pocos, como hemos visto el domingo pasado, los “pequeños”, acogen el “misterio” que él lleva consigo (11,25). A ese punto Jesús quiere recuperar la confianza de la gente y sobretodo de sus discípulos, intentando de dar también una explicación de cuanto sucede entorno de él. Y lo hace con una parábola, una parábola de confianza.
Jesús habla a la gente no con conceptos, sino con imágenes de la vida de todos los días, para abrirlos a los misterios del Reino. Hoy es la profesión pobre y cotidiana de Palestina, aquella del sembrador. “Salió el sembrador a sembrar”. Jesús no dice “un” sembrador, sino “el” sembrador, casi a decir que por Dios la tarea por excelencia es la de sembrar vida, donar esperanza. La semilla es su Palabra y su palabra “no volverá a él vacía, sin haber producido su fruto” (Is 55,11).
La parábola que Jesús cuenta tiene dos actores: la semilla y el terreno, y por eso mismo dos significados. Aquel entendido por Jesús, y la explicación de la parábola que casi seguramente es de Mateo para sus lectores.
El primero significado. La generosidad del sembrador. Todos los terrenos son importantes por él. Lanza sus semillas también en la calle, y entre las piedras y zarzas, esperando que arraiguen. Ninguna porción de su terreno es descartada. Ese desperdicio de semillas nos extraña: ¡ningún campesino actuaría de esa manera! Eso ocurre porque Dios es bueno y espera siempre que el hombre se convierta y dé fruto, y que el corazón de piedra se transforme en un corazón de carne, para saborear la plenitud y la belleza de la vida.
La semilla es la Palabra de Dios que encuentra un horizonte vasto de indiferencia, de hostilidad, de rechazo. Sin embargo, no se para por eso ni se desalienta. Y el éxito final es riquísimo.
Es el terreno espiritual de los pequeños, de los pobres, de los pecadores convertidos que ensanchan el corazón y la vida con la palabra del Cristo, acogiendo con entusiasmo y confianza la “buena noticia” del Reino que promete perdón y paz. Contra todas las zarzas y espinas, contra todas las piedras, hay siempre una tierra que acoge y florece.
El segundo significado. Nos lo propone la sucesiva explicación de la parábola. El acento se desplaza de Dios al hombre, del sembrador y de la semilla al terreno.
Los pájaros que se comen la semilla, tienen la función de despertar un corazón poseído por el maligno que arrebata el bien sembrado. Los terrenos pedregosos que dejan brotar sólo un renuevo tísico, revelan los inconstantes, los frágiles, los débiles que la primera prueba postra. Las espinas son el emblema de los superficiales y de los inestables, víctimas de los mitos de una fácil riqueza y del orgullo. Hace falta pararse para comprender el Evangelio, darle tiempo y corazón.
La palabra de Dios no puede convivir con la superficialidad, la vida cómoda, el apego a los bienes de este mundo, la búsqueda de sí mismo, el miedo de las dificultades. El intérprete de la parábola, Mateo, quiere decir a sus lectores cristianos, que creen en Jesús, pero faltan de coherencia con el anuncio evangélico que habían acogido con gozo: convertíos.
El Papa Francisco dice que cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión”.
Jesús nos invita a sembrar no a recoger, quiere que su Palabra llegue a todos porque no existen personas o realidades irrecuperables. Los que faltan son los sembradores. Mujeres y hombres sembradores de esperanza, de vida, de compasión. No hay nadie, aunque pequeño e imperfecto, que no pueda sembrar algunas flores de esperanza en su vida cotidiana.
“La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. Así descubriremos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios” (Pagola 2020).
“Salió el sembrador a sembrar”. Hoy también, ahora mismo, el sembrador Dios, el sembrador Jesús sale a sembrar. Es maravilloso ese sembrador que cree en la bondad y en la fuerza de la Palabra, aún más que en los frutos. Él me llama a un acto de fe purísimo, a creer en el Evangelio aún más que en los resultados visibles del Evangelio, a creer que la Palabra de Dios transforma la tierra aun cuando no veo sus frutos. No olvidemos que Dios tiene el poder de transformar el terreno, de desmenuzar las rocas, y de destruir las espinas.
El mal parece triunfar en el mundo. Dejémonos tomar por la esperanza que Jesús nos dona en el Evangelio de hoy, mirando a las espigas colmas de granos del final de la parábola. Portadores de esa esperanza en los caminos del mundo, seremos como María que, acogiendo en la fe, la esperanza y el amor el anuncio del ángel, ha llevado al mundo vida y gozo. María “beata” porque ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor (Lc 1,45).
El 16 de este mes es la fiesta de Nuestra Señora del Carmen; digámosle: ruega por nosotros.
Amén.
P. Franco Noventa mccj