La misión de los profetas

Por el P. Damián Bruyel

Misionero Comboniano

 

El profeta Jeremías denuncia los pecados de su pueblo

Para algunas de estas reflexiones me he servido del libro «Evangelizar, la más noble aventura», cuyo autor es el P. Flaviano Amatulli, misionero comboniano italiano, fundador de los Apóstoles de la Palabra, y recientemente fallecido.

Antes de seguir tratando la vocación de los misioneros a partir del Nuevo Testamento es importante ir primero al Antiguo Testamento y conocer bien la llamada que Dios hace a los profetas y otros personajes.

Los movimientos apostólicos

Las asociaciones y movimientos apostólicos de siempre, pero sobre todo los actuales, tienen una larga trayectoria espiritual y misionera. El papa Francisco nos dice continuamente que hay que salir a la calle, que nuestra Iglesia no debe encerrarse. El laico y el clérigo estamos llamados a evangelizar, saliendo a la calle, dando la cara por Jesús, y ¡ay de nosotros, si no evangelizamos!

Para la Iglesia de los primeros tiempos, todo laico y todo clérigo que enseña la Palabra de Dios es considerado un catequista: El teólogo, el sacerdote, el obispo, el papa, el profesor de religión, el biblista, el maestro… En la Biblia, al que anuncia la palabra de Dios se le conoce como profeta del Señor. El catequista es un profeta, y profeta es todo aquel que enseña la Palabra de Dios. Cofradías, Legión de María, Cursillos, Adoración Nocturna, Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, Renovación Carismática Católica, Lazos de Amor Mariano. Benedictino o Franciscano, Dominico o Jesuita, Comboniano o Cisterciense, Opus Dei… Todos hemos sido escogidos para ser evangelizadores de Dios. Unos lo hacen a través del testimonio de vida, o con la oración, el sacrificio, la caridad, la enfermedad, el martirio. Y otros lo hacen a través de la palabra. Hoy vamos a dedicar nuestra reflexión a estos profetas, los «evangelizadores a través de la palabra».

 

El llamado de Dios

Algunos laicos tienen una vocación especial para predicar y servir; los conocemos como catequistas, profetas.

Dios llama: Jeremías 1, 5

«Antes que te formaras en el seno de tu madre, ya te conocía; antes que nacieras, Yo te consagré y te destiné a ser profeta de las naciones»

Para poder evangelizar se necesita una llamada especial de parte de Dios. Nadie puede evangelizar por su cuenta. Si eres catequista o servidor de algún Movimiento o de algún grupo parroquial es porque Dios te llamó antes de nacer. Es porque Dios te ama de forma especial.

 

Experiencia de Dios: Isaías 6, 1-8

Para poder escuchar su llamada se necesita una verdadera experiencia de Dios. Esta se consigue en la oración, lejos del «mundanal ruido», como decía el español fray Luis de León (t 1591). En la soledad, en el desierto de nuestra vida, uno descubre su pobreza, su pecado. Una vez purificado, puede escuchar la llamada de Dios: Un ángel tomó un carbón encendido y tocó la boca del profeta Isaías, quedando así perdonada su culpa y su pecado borrado. Ahora ya puede decir al Señor: «Aquí me tienes, mándame a mí».

 

Debilidad: Jeremías 1, 6

No todos los profetas fueron decididos a la hora de la invitación de Dios como Isaías, Elías, Juan Bautista, Pablo de Tarso o la Virgen María… Frente a la llamada de Dios otros se sienten débiles, con mucho miedo, incapaces de realizar la misión de Dios, como tantas veces nos ocurre a nosotros. ¿Pero no es Dios quien nos llama? Sí, pero el miedo está ahí y nos paraliza. Además de ver la cita de Jeremías (1, 6), meditemos en casa o en la iglesia al menos estas tres breves citas de Moisés 3, 10; Josué 6, 13-14; Jonás 1, 3.

 

Confianza en el poder del Señor: Jer 1, 7- 8

Para aceptar la llamada de Dios se necesita confiar en Él, no en las propias capacidades o conocimientos (estudios, libros.), ni en las amistades e influencias. Solo en Dios. El siguiente texto de Jeremías 1, 7-8 lo dice todo: «Y me contestó el Señor: «No me digas que eres un muchacho. Irás a donde quiera que te envíe y proclamarás todo lo que Yo te mande: No les tengas miedo, porque Yo estaré contigo para protegerte»».

¿Quién es el profeta?

  1. Podemos resumirlo en estos seis puntos que definen clara­mente la misión de cualquier profeta o enviado de Dios:
  2. Es el que está lleno de Dios y de su palabra: Ezequiel 3, 1-3.10-11. El misionero que no está lleno de Dios y no conoce bien su palabra, mejor que no hable.
  3. Es un mensajero de Dios: Isaías 6, 8. Sintiéndose enviado de Dios, habla de parte de Él. No es un voluntario de una ONG, ni un político. Solo es mensajero de Dios.
  4. Es aquel que es enviado a un pueblo rebelde: Ezequiel 2, 3-4. «Hombres de cabeza y corazón endurecido son aquellos a los que te envío». La misión no siempre es fácil.
  5. Que denuncia el pecado: Jeremías 1,10a. «Arrancarás y derribarás, perderás y destruirás». Grita en voz bien alta.
  6. Pero sobre todo que anuncia la salvación: Jeremías 1, 10b. Sobre las ruinas, la destrucción y la desolación que causa el pecado, «edificarás y plantarás».
  7. Y que intercede por el pueblo: Jeremías 15, 11; Ezequiel 22,30 (recordar también a Abrahán, Moisés, Elias…). No basta con predicar: hay que orar, pidiendo a Dios en favor del pueblo y sus dirigentes, tanto políticos como religiosos.

 

Pruebas del profeta

  1. En un mundo de maldad (Ezequiel 22, 25-29) debe reprender a autoridades, sacerdotes, falsos profetas, pueblo.
  2. Anuncia castigos: Jeremías 20, 8; Ez 2, 8b. Para que el pueblo se arrepienta, el profeta anuncia amenazas de parte de Dios. No tiene miedo en hacerlo.
  3. Encuentra oposición: Jeremías 20, 7b-8b-10

Por eso, todos se ponen en contra del profeta y se burlan de él. Hasta lo quieren matar.

Tú tal vez experimentes algo parecido en tu vida. Una vez que dejaste el pecado y empezaste a predicar la Palabra de Dios, te diste cuenta de que tus amigos de antes empezaron a ser tus enemigos. Ya no te saludan, empezaban a burlarse de ti, trataban de hacerte caer en el pecado para burlarse.

El hijo pródigo al principio tenía muchos amigos, pero luego lo dejaron solo y en la miseria.

No te asustes. Esta es la vida del profeta, del cate­quista, del renovado, del misionero. Acuérdate de que no eres el primero ni serás el último en tener pruebas. A veces hasta los mismos familiares se vuelven ene­migos (Jeremías 11, 18-23).

  1. Y también desaliento: Jeremías 15, 10; 20, 9a

El profeta es un hombre como los demás. Frente a las pruebas, a veces se desanima.

¡Cuántas veces a ti te ha pasado lo mismo! Frente a tantas dificultades, pensaste dejarlo todo y regresar a la vida de antes. Lo que se dice: «tirar la toalla».

 Es la lucha del Demonio por rendirnos. Pero pasar por el desaliento es parte de la condición humana.

  1. Fuego ardiente: Jeremías 15, 16; 20, 9b

Pero el profeta es un hombre lleno de Dios, que confía en Él. Por eso, la Palabra de Dios vuelve a sacudirle y otra vez vuelve a la gran aventura de la evangelización, con nuevo entusiasmo. Pasar del desaliento al entusiasmo también es parte del ser humano. Es la fuerza de Dios en nosotros. Al final, en esta lucha gana siempre Dios.

Conclusión

Amigo, tú que perteneces a algún Movimiento Apostólico o a algún grupo parroquial desde hace años, que eres un laico comprometido, un profeta, un verdadero catequista, cuando tengas alguna prueba muy dura, vuelve a tu Biblia, medita la vida de Cristo, los profetas y los apóstoles, la vida de los santos, la de los mártires, y encontrarás aliento para seguir adelante en tu lucha diaria como evangelizador. Acuérdate de que tu misión es muy noble. Por eso el demonio trata de desanimarte.

Medita sobre las duras pruebas que tuvo que soportar san Pablo (2 Corintios 4, 7-12; 6, 3-10; 11, 23b-27) y tomarás valor para seguir adelante con decisión. Porque Dios te ama, te escogió desde el vientre de tu madre, te envolvió con su cariño y te envió a un pueblo, a veces rebelde, pero no estás solo, porque su mano poderosa está contigo a través de su Espíritu Santo y de su Eucaristía. Y recuerda que Él estará contigo hasta el último instante de tu vida.

 

 

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