El término que utiliza el pontífice para expresar la visión, el ideal capaz de superar los instintos de «eliminar o ignorar» a los demás y capaz de reavivar una aspiración a la fraternidad (nn. 6,8) es el de ‘sueño’. Un sueño que, sin embargo, debe convertirse en proyecto y, por tanto, para realizarse, necesita el diálogo «con todas las personas de buena voluntad» (n. 6). Una de las fuentes más importantes de la Encíclica, de hecho, es el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común firmado en Abu Dhabi en febrero de 2019 junto con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb.
Propongo leer la Encíclica ‘Hermanos Todos’ (FT) del Papa Francisco, adoptando como criterio de lectura los cuatro principios elaborados en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG). Estos principios, según la Exhortación, dan un horizonte de referencia para la construcción de la paz y el bien común (EG nn. 222-237).
Están formulados de la siguiente manera:
- El tiempo es superior al espacio
- La unidad prevalece sobre el conflicto
- La realidad es más importante que la idea
- El todo es superior a la parte
Me parece que estos principios, tras una lectura atenta del FT, orientan y animan la elaboración del pensamiento de Francisco sobre la fraternidad y la amistad social y su realización histórica. Ciertamente no hay referencias precisas a los cuatro principios en el documento, excepto en tres casos, aunque el documento cite la Evangelii Gaudium por bien 14 veces (nn. 23,78,106,108,142,145, 161,180,195, 215, 217,235,245,275). Sin embargo, lo convierten en una especie de clave hermenéutica. «Estos cuatro principios iluminan en profundidad el propósito, el método, el estilo y la mirada» de la FT, escriben G. Costa y P. Foglizzo [G. Costa, P. Foglizzo, Fratelli Tutti: un llamado a «ir más allá» en Actualizaciones sociales, noviembre de 2020, p. 717].
Me gustaría esbozar las ideas básicas de la Encíclica desde la perspectiva de los cuatro principios, proponiendo «dejar hablar al Papa Francisco» a través de frecuentes citas de la Encíclica. Es otra forma de leer el documento que, sin perturbar el pensamiento del Papa, quisiera sacar a relucir contenidos articulados según las indicaciones antes mencionadas.
- Puntos de referencia ideales
Para orientar “el sueño de una sociedad fraterna» (FT n. 4) y hacerlo realidad sin estar obsesionados por resultados inmediatos, se requieren puntos de referencia ideales y valores no negociables que Francisco expone en la Encíclica. Tres me parecen relevantes porque hacen parte de la estructura ideal de todos los esfuerzos por construir una fraternidad universal: la dignidad de la persona, la ‘ley de éxtasis’ y la persona creada a imagen de Dios.
El núcleo de los argumentos de Francisco y la base de todo esfuerzo por construir la fraternidad es el reconocimiento de la dignidad inalienable de todo ser humano «siempre y en cualquier circunstancia» (n. 106). Sólo a través de esta admisión, dice el pontífice, “es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos” (127).
Además, hay un principio fundamental que hace factible el compromiso con la fraternidad universal y la amistad social: la persona humana, en su estructura íntima, posee «una ley de éxtasis» (n. 88), es decir, la necesidad para salir de sí mismo. Este dinamismo se expresa en el amor que la abre «hacia la comunión universal» porque «el amor reclama una creciente apertura, una mayor capacidad de acogida» (n. 95), empuja a «ir más allá» y se transforma en solidaridad «que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás, buscando un destino común» (n. 115). Un amor, por tanto, que supera la tentación de grupos autorreferenciales que se oponen al mundo entero (n. 89) o grupos que se asocian por determinados intereses: en este último caso la palabra ‘socio’ es la más adecuada para caracterizar la relación en lugar del término «prójimo» (n. 102).
Francisco, si bien admite que la razón es la única que puede captar la igualdad de todos los seres humanos, advierte que ella sola «no logra fundar la hermandad» (n. 272). La razón necesita una base segura que sólo una verdad trascendente puede darle: «la persona humana, imagen visible del Dios invisible» (273). Por tanto, la contribución de las religiones a la construcción de la fraternidad se vuelve insustituible con su referencia a una verdad trascendente. Sólo una referencia a Dios, y por tanto a un principio más allá de la razón misma, puede evitar un triunfo del totalitarismo que humilla la dignidad de la persona y prevenir la tentación siempre presente de instrumentalizarla (n. 273).
- El tiempo es superior al espacio (EG nn. 222-225)
Este principio indica la prioridad que se le da a la construcción de proyectos a largo plazo frente a la obsesión por los resultados inmediatos. Significa «iniciar procesos más que apropiarse de espacios» (EG n. 223) – procesos en los que se privilegian «acciones que generan nuevos dinamismos en la sociedad», que involucran a las personas que las acompañen y que puedan dar como resultado «importantes hechos históricos». En EG, ‘tiempo’ indica una categoría amplia abierta a un horizonte de posibles desarrollos, en contraposición a la atención unívoca al ‘momento presente’ donde se cristalizan procesos y se pretende detenerlos. (n ° 223).
Es precisamente la falta de “un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad» (n. 16), lo que produce una cultura vacía centrada en lo inmediato, un mundo hiperconectado pero fragmentado donde lo que importa es el interés individual contra el interés comunitario y donde falta un horizonte de grandes ideales, lo que el Papa condena. Sin embargo, añade, a pesar de «las sombras densas” de un mundo cerrado existen numerosos «caminos de esperanza» (n. 54) encarnados en personas ordinarias que han dado o están dando la vida por los demás y que alimentan «la esperanza que sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (n. 55).
La palabra ‘procesos’, en el vocabulario del Papa Francisco, tiene tres elementos distintivos: son acciones, extendidas en el tiempo y aparentemente insignificantes y comunes, que sin embargo generan nuevos dinamismos y liberan nuevas energías de cambio; son realizadas por personas – no necesariamente influyentes desde el punto de vista cultural o político económico-financiero – que siguen su realización y desarrollo y, en tercer lugar, tienen la capacidad de iniciar importantes acontecimientos históricos.
De esta manera, las transformaciones pueden comenzar «desde abajo» a través de pequeños gestos concretos y locales: de hecho, hay espacios de corresponsabilidad donde todos están llamados a dar su contribución para generar nuevos procesos de cambio (nn.78-79); y cuando una persona se une a otras puede realmente dar vida a los procesos sociales de fraternidad y justicia (180). En este sentido, los movimientos populares, «experiencias de solidaridad que crecen desde abajo», son «sembradores de cambio, impulsores de un proceso en el que confluyen de forma creativa millones de pequeñas y grandes acciones» (n. 169). Una tarea que requiere acciones arduas y «artesanales» es la construcción de la paz social donde se intenta integrar diferentes realidades e iniciar procesos de encuentro y construcción de un pueblo (n. 217); por eso los grandes cambios en la construcción de la paz «no se construyen en escritorios o despachos» sino en el compromiso en el que «todos juegan un papel fundamental» (n. 231): «se necesitan pacificadores dispuestos a iniciar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (n. 225). El inicio de procesos de transformación también vale igualmente para la buena política cuando esta inicia procesos cuyos frutos serán cosechados por otros y favorece en las personas la capacidad de «liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales» (n. 196).
El Buen Samaritano es una figura emblemática en el pensamiento de Francisco porque demuestra que «la vida no es un tiempo que pasa, sino un tiempo de encuentro» (n. 66): todos los días las personas están llamadas a una opción, ser indiferentes viajantes que pasan de largo o ser buenos samaritanos que hacen propia «la fragilidad de los demás» : ponerse sobre los hombros al que está herido o “mirarse sólo a sí mismos y no hacerse cargo de las ineludibles exigencias de la realidad humana» (nn. 67, 69). Es ‘tiempo’ de asumir responsabilidades.
- La unidad prevalece sobre el conflicto (EG nn. 226-230)
Hay dos actitudes erróneas para afrontar el conflicto, subraya el Papa en EG: la actitud de quien aparentemente lo ignora o de quien lo alimenta. «Cuando nos detenemos en la situación conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad». Francisco propone una tercera forma de afrontar el conflicto: aceptarlo, resolverlo y transformarlo. Tres verbos, por tanto, que indican un camino, ciertamente largo y laborioso, pero cuyo resultado es una «diversidad reconciliada» (n. 230), y una «comunión en las diferencias» (n. 228); un proceso que es posible si está animado por la consideración de los demás en su dignidad personal.
Es en los caminos de la paz y de la reconciliación donde se señala especialmente el principio de unidad sobre el conflicto (n. 245). La verdadera reconciliación y el perdón no se dan fuera del conflicto, sino dentro del conflicto mismo, explica el pontífice, «superándolo mediante el diálogo y la negociación transparente, sincera y paciente» (n. 244). Un diálogo que requiere memoria y verdad y que debe conducir a la justicia. De hecho, para perdonar y sentar las bases de la reconciliación es necesaria incluso la memoria dolorosa sin la cual, sin embargo, «nunca se avanza, nunca se evoluciona» (n. 249); Por tanto, es imprescindible ‘decir’ y ‘confesar’ la verdad «compañera inseparable de la justicia y la misericordia» (n. 227) y «reconocer» el dolor causado. Este es el camino principal para llegar a una verdadera justicia que excluya la venganza y que sea mucho más que la impunidad: «la justicia se busca adecuadamente sólo por el bien de la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira ”(n. 252).
La búsqueda de la verdad es lo opuesto al relativismo, ya que el «individualismo despiadado» es también «el resultado de la pereza para buscar los valores más altos» (n. 209). En cambio, el Papa propone un encuentro construido sobre el diálogo que presupone el respeto de «la verdad de la dignidad humana» (n. 207). Diálogo que es «acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, intentar entenderse, buscar puntos de contacto» (n. 198) – del cual las religiones pueden hacer una «contribución preciosa» (n. 271). Sólo a través del fundamento seguro y veraz de que «todo ser humano es sagrado e inviolable» (n. 207) es posible construir una relación que no pueda ser manipulada ni socavada por la búsqueda de intereses partidistas.
- La realidad más importante que la idea
Francisco formula este principio para no correr el riesgo de «vivir sólo en el ámbito de la palabra, de la imagen, del sofisma» (EG n. 231) en el que la idea está totalmente desvinculada de la realidad. La verdadera síntesis implica, en cambio, la relación armónica entre idea y realidad, donde la idea capta, comprende y dirige la realidad, y la realidad le da objetividad y concreción a la idea (EG no. 232).
Además, es intención de Francisco que esta Encíclica no se limite a las palabras, sino que provoque una reacción (n. 6). Por eso, la Encíclica no pretende ser un tratado de amor, sino que quiere dar indicaciones prácticas para que la fraternidad se plasme en un proyecto factible. La figura de San Francisco se vuelve emblemática: en su encuentro con el sultán Malik-al-Kamil en Egipto durante la cruzada, encarna un amor que supera las diferencias de lengua, cultura y religión (n. 3), va más allá de prejuicios, de construcciones ficticias del otro y de caricaturas demonizantes del enemigo.
La Encíclica de Francisco trata de dar soluciones, presentar propuestas, hacer sugerencias que se puedan realizar porque «la afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y desarrollar nuevas reacciones” (n. 128). Por esta razón, Francisco trata de dar directrices tanto ideales como concretas, por ejemplo sobre los movimientos populares y las instituciones internacionales, sobre la relación entre la política y la economía, sobre la guerra y la pena de muerte, sobre los migrantes, ya sea en lo que respecta a las respuestas locales como a la necesaria governance internacional – y sobre el papel de las religiones en la construcción de la fraternidad.
Hay que subrayar la nota del pontífice sobre la democracia y la política. Una democracia que no presta atención a los pobres y su contribución a las políticas sociales, señala el pontífice, es «un nominalismo, una formalidad … se va desencarnando porque deja fuera al pueblo» (n. 169). Así pues, Francisco critica a los políticos que están más atentos al consenso y no tienen una mirada «amplia, realista y pragmática» sobre la situación de las personas, ignorando los fenómenos de exclusión social y económica. Los políticos que no afrontan «el presente en su situación más marginal y angustiosa» corren el riesgo de caer en «un nominalismo declamatorio de efecto tranquilizante de las conciencias» (n. 188). Sería la política del espectáculo, la política que favorece a los pocos ricos en detrimento de muchos pobres, la política que no ve las realidades de los barrios en ruinas, la pobreza creciente, los inmensos problemas sociales y las minorías étnicas que no tienen derechos y están marginadas. de la sociedad.
- El todo es mayor que la parte
La imagen del poliedro, propuesta por Francisco en el EG ilustra el principio del todo superior a la parte porque «refleja la confluencia de todas las parcialidades que mantienen en él su originalidad» (EG n. 236).
Con este principio el Papa nos invita a «ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos traerá beneficios a todos», un bien donde el todo es mayor que su parte y mayor que la simple suma de sus unidades constitutivas. Un bien que, sin embargo, debe enraizarse en la realidad, en lo local, «en la tierra fértil y en la historia del propio lugar que es la historia de Dios. Se trabaja en lo pequeño, con lo cercano, pero con una perspectiva más amplia» (EG n. 235). Las partes, sin embargo, no se absorben en el todo sino que se amalgaman, se conectan entre sí conservando su peculiaridad.
Se trata de una limitación de visiones liberales imbuidas de individualismo para las que «la sociedad se considera una mera suma de intereses que coexisten» (n. 163). Se trata de visiones que consideran al ‘pueblo’ como una simple categoría ‘mítica y romántica’ mientras que, según Francisco, debemos recuperar su «valoración positiva de los vínculos comunitarios y culturales» (n. 163). De hecho, no hay «vida privada si no está protegida por el orden público; un hogar cálido no tiene intimidad si no está al amparo de la legalidad, de un estado de tranquilidad basado en la ley y la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y de la ciudadanía política” (n. 164). El pontífice reitera la importancia de la organización social y de las instituciones de la sociedad civil para proteger la vida privada. Solo la caridad, agrega el Papa, tiene la capacidad de unir la dimensión mítica con la institucional, solo la caridad puede implementar «un camino efectivo de transformación de la historia» y poder «llegar a un hermano y hermana lejano o incluso ignorado «(nn. 164,165).
Entre los desafíos que explora Francisco hay dos que son muy importantes en el mundo de hoy: el de los migrantes y la tensión entre «globalización y localización», entre lo local y lo universal. Para los migrantes es importante destacar, -y por cierto, que quede claro, que más de una vez Francisco se refiere a ellos como personas »-, personas migrantes, de hecho, casi para despertar conciencias sobre la dignidad humana del migrante que precede a ser migrante, que es condición contingente y transitoria. El Papa reitera lo que ha dicho y escrito muchas veces, que los migrantes deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados (n. 129). Tales personas, integradas a través de un «diálogo paciente y confiado» (n. 134), «son una oportunidad de enriquecimiento y desarrollo humano integral para todos» (n. 133): es el desafío de dejar que la persona sea ella misma mientras se le integra en una nueva cultura. En cambio, «los nacionalismos cerrados manifiestan … la persuasión errónea de que pueden desarrollarse al margen de la ruina de otros y que cerrándose a los demás estarán más protegidos» (n. 141)
Francisco se reserva algunos números de la Encíclica para ilustrar la tensión entre la globalización y la localización, proponiendo superarla porque «la fraternidad universal y la amistad social en toda sociedad son dos polos inseparables y coesenciales» (n. 142). Si la dimensión local se absolutiza a expensas de la global, comenta el Papa, los ciudadanos corren el riesgo de convertirse en «un museo popular de ermitaños localistas … incapaces de dejarse desafiar por lo diferente»; mientras que si se lleva al extremo la dinámica global, se vive «en un universalismo abstracto y globalizador» (n. 142). Pero es precisamente del encuentro entre realidades locales y elementos de otras fuentes donde nace una nueva síntesis: «el mundo crece y se llena gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas, lejos de cualquier imposición cultural» (n. 148).
Francisco vuelve a proponer la máxima utilizada en la Encíclica Laudato Si’ que expresaba la relación íntima entre el medio ambiente y la persona, entre política, economía, migración y ecosistemas: «todo está conectado» (n. 34). Así, en la FT, el Papa, hablando de una «tragedia global» como la pandemia del Covid-19, no duda en decir que este desastre esté conectado a «nuestro modo de enfrentar la realidad» en la que se pretende «ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe” (n. 34). Por eso espera que esta pandemia le enseñe al hombre que ya no hay otros sino solo ‘nosotros’, que hay una comunidad donde todos necesitan de los demás y que «la obsesión por un estilo de vida consumista» solo puede conducir a la destrucción (n. 36).
- Un nutrido grupo de testigos de la fraternidad
Al final de la encíclica, Francisco nombra personas a las que reconoce haberlo estimulado a reflexionar sobre la fraternidad universal: San Francisco de Asís, Martin Luther King, Desmond Tutu, Mahatma Gandhi y «muchos más». Pero, sobre todo, siente que tiene una deuda de gratitud con una persona que «desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos»: el Beato Carlos de Foucauld (n. 286). El deseo del pontífice es que Charles de Foucauld sea fuente de inspiración para que todos asuman el ideal de la fraternidad universal.
Así, con estas palabras antes de la oración final, Francisco reconoce una vez más que la fraternidad es una tarea a la que todos estamos llamados, una tarea que se construye juntos más allá de la pertenencia a una raza, clase o religión, tarea que, aun en las vicisitudes de la historia con sus arrebatos de violencia y egoísmo, debe sustentarse en un compromiso continuamente renovado con los más frágiles y enriquecido por la esperanza.
Mariano Tibaldo, mccj