Ha sido un himno a la vida

Padre Giuseppe Ambrosoli

Murió en Lira a las 13.50 el viernes 27 de marzo de 1987. “Para nosotros,” dijo el General Tito Okello Lotwa, presidente de Uganda por breve tiempo (desde el 29 de julio de 1985 al 26 de enero de 1986), «la muerte del Dr. Ambrosoli es como el colapso de un puente. Se necesitarán muchos años para reemplazarlo”.

En aquellos días de marzo de 1987, nadie habría adivinado que estaba en la fase final. El 22 de marzo, domingo, celebró la Misa en la capilla del Comboni College de Lira, pero por la tarde tuvo que ir a la cama con fiebre bastante alta. Las tres hermanas combonianas Romilde Spinato, Annamaria Gugolé y Silveria Pezzali, intervenían con terapias que él mismo indicaba. Se había quedado sin ningún médico a su lado y tal vez fue el único en darse cuenta de la gravedad de su situación.

Dos días después, viendo que no conseguía recuperarse y fue sacudido por continuas arcadas, consultaban a distancia el Dr. Corti en el hospital de Gulu y al Dr. Tacconi que se había cambiado a Hoima. El jueves 26, tras un colapso inicial, parecía recuperarse. A las 5:00 de la mañana del viernes 27 de marzo, Sor Romilde lo encontraba ya despierto y con ganas de saber cuál era el programa a seguir. El plan era llevarlo a Gulu y después enviarlo a Italia.

Suplicaba: “¡No!” No debéis hacerlo, será demasiado tarde, porque tengo las horas contadas. Sabéis que siempre he querido quedarme con mi gente, ¿por qué me mandáis marchar ahora?”. De todos modos, les dio las gracias y dijo: “Que se cumpla la voluntad de Dios”. Colaboró en todo para prepararse salir. Estaba realmente listo para cualquier cosa. “Padre Giuseppe – escribe el P. Marchetti – es consciente de la pérdida de vista y la insensibilidad en las piernas, plenamente conscientes de que ha llegado el momento supremo. Repite con vigor y después sigue como puede las oraciones y jaculatorias. A continuación, fija sus ojos en la pared, hacia arriba, como si viera a alguien. La respiración se distancia y sin alguna contorsión o jadeo, se apaga mientras el latido del corazón se ralentiza poco a poco, hasta apagarse. Eran exactamente las 13.50 del viernes, 27 de marzo de 1987”. Sus últimas palabras recogidas por el P. Marchetti: “Señor, que se cumpla tu voluntad – y como un soplo – incluso si fuesen cien veces”.

Ha cumplido en toda su vida misionera, la voluntad de Dios. En la elección de vocación, a finales de julio de 1949, joven cirujano apenas graduado con curso de Medicina Tropical en el Instituto Tropical (1950-1951), se lanza a la misión. Tiene 28 años. Se plantea renovar el centro de salud primitivo de Kalongo y darle plena funcionalidad: 350 camas y 30 edificios. Bajo sus manos, la escuela obstétrica de Kalongo, que el P. Malandra soñaba y Sor Eletta Mantiero había iniciado el 26 de junio de 1955, alcanza plena floración. Su último gesto, salvar la escuela de parteras para que las jóvenes no pierdan el año (Angal, 05 de marzo de 1987). Le costó la vida, pero su vida rota, como muestra de la voluntad de Dios, ha sido un mensaje de esperanza y confianza en el elemento local.

Dos manos mágicas, las de Ambrosoli, que se multiplican para que la vida se perpetúe como signo de la subsidiariedad, de la continuidad y de la totalidad de la salvación: sólo así nacen nuevas vidas y se curan almas y cuerpos. Es suficiente fijar la mirada en las jóvenes y en personal contratado del “St. Mary’s Midwifery Training Centre” y leer la lista de las hermanas y los médicos pasados por Kalongo, para entender que su misión era global y en ella era total la participación de los laicos, su activa colaboración y su conciencia de formar un equipo.

Su símbolo

De la historia misionera de Ambrosoli se impone un símbolo jamás convencional, y nunca destinado a la insignificancia: dos manos que se abren, en forma de abanico, de las que sale un niño sonriente que abre un corazón. Giuseppe ha sido un himno a la vida. Encantado por su mansedumbre, paciencia y buen humor. Él encarnó las manos curativas de Jesús: a él atribuyó explícitamente sus éxitos sensacionales… Sus manos dicen concreción, discreción, respeto, amistad, compromiso, generación de vida, educación…

¿Examinemos nuestras manos: abiertas o cerradas, nerviosas o respetuosas, amenazando o bendiciendo, abrasadoras o afectuosas…? Cada cual puede añadir, modificar, aceptar la comparación perenne y providencial entre sus manos y nuestras manos e implicarlas en la invocación para que sean puras, ágiles trabajadoras, capaces…

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