Elementos para una Pastoral de los Migrantes

Cuando se aborda el tema de la condición de los migrantes, de los refugiados, desplazados, prófugos, itinerantes, etc., la expresión «signo de los tiempos» sale de forma natural. En efecto, es así que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) designa el fenómeno de esta «multitud de apátridas» que, hoy más que nunca, recorre los caminos del mundo, sin hablar de los que mueren o simplemente desaparecen en las aguas del Mediterráneo, en la arena del desierto o en alguna frontera anónima.

Sin embargo, es evidente que no se trata de un tema cuyo monopolio pertenece a las instituciones, públicas, privadas o religiosas que sean. Se trata, más bien, de un reto enorme que involucra a diferentes instancias, a nivel de relaciones internacionales, de relaciones entre los gobiernos, en la sociedad civil, a nivel de las iglesias, de las organizaciones no gubernamentales, entidades y movimientos sociales, etc.

Sin embargo, en los párrafos que siguen, se pondrá el acento en la acción social pastoral y política que se lleva a cabo en el amplio ámbito de la movilidad humana, en particular en las actividades ligadas a la Iglesia Católica. Sin entrar en los detalles, seguiremos el método de ver-juzgar-actuar.

I. Fotografía de la movilidad humana
En las últimas décadas del siglo XX y a comienzo del siglo XXI, la mayoría de los expertos empezaron a hablar de cambio de paradigma. No se trata de un período de cambio, afirman algunos, sino de un cambio de época, que sacude no sólo el rostro social y político de las aguas, sino sobre todo las corrientes subterráneas de la economía y de los valores culturales. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy, documento aprobado por el Concilio Vaticano II en 1965, ya nos había puesto en guardia: “El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero” (GS, nº 4).

Los desplazamientos humanos de masa constituyen, en general, una especie de termómetro que mide la temperatura de esa transformación. En efecto, a lo largo de la Historia, a menudo estos movimientos preceden o siguen movimientos de carácter estructural, desde el punto de vista social y económico, pero también político y cultural. Forman como unas oleadas ocultas, signos visibles de fenómenos invisibles. Hace más de un siglo, en ocasión de las llamadas migraciones históricas, causadas por la Revolución Industrial, papa León XIII presentaba la Rerum Novarum (1891), un documento inaugural de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), que utilizaba expresiones como « el afán de cambiarlo todo » y « punzante ansiedad » (RN, 1). Ambas expresiones reflejan de una manera sorprendente y significativa el movimiento incesante de los migrantes hacia todas las direcciones.
Cifras y trayectorias

Las cifras relativas al fenómeno migratorio son normalmente la causa de la disputa entre sociólogos, demógrafos y estudiosos en general. La razón es sencilla: en muchos países, la mayoría de los inmigrantes son irregulares, lo que los lleva a «esconderse para protegerse». De ahí la dificultad de contar con datos estadísticos fiables. La instrucción Erga Migrantes Caritas Christi, publicada en 2004 por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, afirma, en su presentación : “Las actuales migraciones constituyen el movimiento humano más vasto de todos los tiempos. En estos últimos decenios, tal fenómeno, que afecta en estos momentos a cerca de doscientos millones de personas, se ha transformado en una realidad estructural de la sociedad contemporánea, constituyendo un problema cada vez más complejo, desde el punto de vista social, cultural, político, religioso, económico y pastoral” (EMCC, Presentación).

Nacen dos consideraciones. La primera es que, diez años después de la publicación de este documento, en 2014, la ONU calculaba que 232 millones de personas viven fuera de su país de origen. Si a esta cifra le añadimos el número de migrantes internos y/o temporales y los que se desplazan cada día por razones laborales, las cifras tienden a aumentar de manera considerable. El Consejo Noruego para los Refugiados (CNR) constató – entre otras cosas, en su último informe oficial, publicado en 2012 – no menos de 45,2 millones de refugiados en el mundo. En breve, si añadimos los migrantes por razones sociales y económicas, los refugiados, los exiliados y los repatriados, los gitanos y todos los que viajan, vía aérea y por mar, …obtendremos una cifra no irrelevante con respecto a la población mundial.

La segunda observación concierne el concepto de «realidad estructural», utilizado por el documento. En efecto, un análisis actual de la economía mundial y de la sociedad moderna o post-moderna no puede prescindir del factor « migración», si no quiere correr el riesgo de volverse anacrónico. Los historiadores y otros expertos famosos, como Eric Hobsbowm, Alain Touraine, Boaventura Santos, Manuel Castells, Antonio Negri, Jürgen Habermas – entre otros -, dedican largas páginas a este tema de la movilidad humana. Para algunos, los desplazamientos de masa se han ido convirtiendo en una especie de ventana desde la cual observar la sociedad actual y el mundo. En otras palabras, serían una clave de lectura privilegiada para cualquier estudio que quiera ser serio y actual.

¿Dónde se originan los más importantes flujos migratorios y hacia dónde se dirigen? El mayor número de migrantes tiende a dejar los países periféricos (o subdesarrollados) hacia los países centrales (o desarrollados). Pues se trata de un movimiento desde el emisferio Sur – Asia, África Y América Latina – hacia el norte, en busca de nuevas oportunidades. Por otro lado, muchas personas, muchas familias dejan los países de Europa del Este, de la ex «cortina de hierro», de la ex Unión Soviética, para intentar construirse un futuro en los países occidentales. Sin embargo, el marco general de los desplazamientos humanos no es tan simplista como para adecuarse a este esquema. Al lado de estas tendencias significativas, unos millones de personas se desplazan hacia todas las direcciones que se puedan imaginar, de manera temporal o definitiva. El mismo fenómeno se da a nivel nacional y regional. Según el sociólogo paraguayo Tomás Palau, «el movimiento dinámico y plural de personas en lo que se suele definir «el complejo de las fronteras», donde se cruzan las fronteras de dos o más Estados, es uno de los síntomas más importantes de la economía mundial».

Detenidos en los aeropuertos por leyes de inmigración cada vez más rígidas y selectivas, los trabajadores fuerzan las fronteras de su país de origen, en el intento de pasar a toda costa al otro lado. Una prueba de esto es lo que ocurre en la frontera entre México y Estados Unidos, en medio del mar que separa África del Norte y Europa del Sur o en la desembocadura del río Iguaçu, donde se encuentran tres fronteras (Brasil, Argentina y Paraguay) – para dar sólo algunos ejemplos. Se trata de una «aventura» mácabra que deja una estela de cadáveres, en las arenas del desierto y en las aguas del Mediterráneo, así como por los tortuosos senderos de la selva.

Cabe recordar, además, que se podría definir también migración de proximidad geográfica: se trata, en efecto, del movimiento constante de trabajadores que se desplazan de una región a otra o de un país a otro, en busca de un trabajo, a menudo temporal. Migran hacia culturas agrícolas, proyectos gubernamentales u obras de construcción públicas. La triple frontera entre Chile, Bolivia y Perú es un ejemplo de esto. Asimismo, es importante destacar el drama de las «personas obligadas a desplazarse» por la violencia, bajo todas sus formas, como en el caso de los miles de colombianos que se encuentran atrapados entre dos fuegos: por un lado la guerrilla, por otro el ejército. En el primer caso, se asiste a una migración de resistencia, que consiste en dejar provisionalmennte para no deber hacerlo de manera definitiva; en el segundo caso, se trata de una evasión hacia los centros urbanos o hacia otros países limítrofes.

1. Nombres y rostros
Más de las cifras, de las tablas y de los datos estadísticos, es importante tener en cuenta la realidad de las personas, con sus nombres, sus rostros, sus historias y su destino. La movilidad humana reúne a trabajadores que se desplazan solos y a familias enteras, hombres y mujeres, jóvenes y niños que huyen contemporáneamente de algo o que están en busca de algo más. Huyen de la pobreza, la miseria y el hambre, la violencia y los conflictos armados, la discriminación, los prejuicios y la persecución política, ideológica o religiosa… Buscan un lugar que los acoja como ciudadanos y que ellos puedan considerar como su patria.

Podemos utilizar tres adjetivos para clasificar la migración actual. Ella es, al mismo tiempo, más grande, más compleja y más variada. Ella es más grande con respecto a los movimientos del pasado. Como hemos visto, el número de las personas que se desplazan crece paulatinamente en la superficie del planeta. La revolución de los medios de tr

ansporte y de las comunicaciones es una causa de esto. El historiador Peter Gay escogió el tren y el movimiento como dos grandes metáforas del siglo XIX, con enormes desplazamientos transatlánticos. Según él, entre 1820 y 1920, al menos 62 millones de personas dejaron el viejo continente europeo hacia las nuevas tierras de América, Australia y Nueva Zelanda. ¡Qué decir entonces de lo que ocurre hoy en día!

La migración es también más compleja. En el pasado, las personas se desarraigaban del país que las había visto nacer y crecer y en el cual habían enterrado a sus antepasados, pero lo hacían, en general, para establecerse en otro lugar y echar raíces allí como colonos. El origen y el destino de los flujos migratorios estaban más o menos previstos, determinados. Hoy, la tendencia se traduce en una migración que se repite y que se compone de diferentes etapas, a veces sin que quien migra eche raíces allí donde se encuentra: una especie de ir y venir sin fin, con horizontes y perspectivas diferentes. Los movimientos migratorios tienden a navegar según los flujos y reflujos de las oleadas creadas por la economía mundial. Un verdadero «ejército de reserva» que no vive, sino que “acampa” – como ya había denunciado Karl Marx. Se despalzan según los vientos y las nuevas posibilidades de empleo o sub-empleo. Se trata de un movimiento circular, pendular, según algunos.

Por último, el fenómeno migratorio es más diversificado. Nuevas personas, razas, pueblos y naciones forman parte del contingente de migrantes. El pluralismo cultural y religioso de la sociedad contemporánea se refleja también en los diferentes rostros de los migrantes. En algunas ciudades como Nueva York, Roma, San Pablo, París o Londres – entre las ciudades más cosmopolitas – los habitantes cruzan casi cotidianamente «los mil rostros del otro», y pueden entrar en contacto con lenguas, banderas y costumbres diferentes. Hoy es difícil, o incluso imposible, encontrar un país que no sea de alguna manera interesado por el fenómeno de la migración. Algunos como lugar de origen, otros como lugar de destino y otros como zonas de tránsito, sin hablar de aquellos países que pueden desempeñar las tres funciones al mismo tiempo como en el caso de México y Guatemala, Portugal, Italia y Turquía.

II. Radiografía del fenómeno migratorio
Sin embargo, sacar una foto de la situación no es suficiente. Todo médico digno de respeto, si desea verdaderamente sanar a su paciente, debe procurar conocer las causas profundas de su enfermedad. Conocer el mal es la conditio sine qua non para poder recetar el tratamiento adecuado. Esto vale también para el fenómeno de la migración. En la mayoría de los casos, nos encontramos frente a desplazamientos forzados, que se podrían evitar con políticas adecuadas, en los países de origen o en el país de tránsito y de destino. En una palabra, se trata de un problema que se puede solucionar con las relaciones nacionales e internacionales.

De esto se desprende la necesidad de hacer una radiografía della movilidad humana. Sólo así se pueden a veces eliminar aparencias que engañan. Asimismo es importante escuchar las historias de cada migrante, conocer los valores de cada cultura, profundizar el estudio de la realidad de la migración. La radiografía revela no sólo la parte epidérmica, sino también los huesos, los órganos internos y el corazón. De esta manera, como veremos, podremos desarrollar una pastoral más efcaz.

1. Motivaciones inmediatas
Preguntemos a cada migrante por qué dejó su patria para migrar hacia otra región u otro país; qué es lo que lo empujó a dar un paso tan arriesgado y a veces sin vuelta atrás. Las respuestas serán las más diversificadas. Algunos dirán que tenían el deseo de conocer otros lugares, otros hablarán de una prolongada sequía o de una grave inundación; otros mostrarán las cicatrices de un conflicto armado o recordarán con tristeza a algún miembro de su familia que quedó víctima de la violencia. Muchos dirán simplemente que decidieron seguir a un familiar o a un amigo que los había adelantado; sucesivamente ellos mismos llamaron a sus queridos y, de esta manera, la red familiar se reconstituyó.

Un grupo considerable deja su proprio país por razones de salud, en busca de lugares donde la asistencia sanitaria sea mejor, más rápida y con aparatos modernos. Muchos jóvenes de ambos sexos, después de la escuela primaria y secundaria buscan lugares donde poder cursar una carrera o aprender una profesión y encontrar un empleo. Sin embargo, las palabras «trabajo», «futuro mejor» y «vida mejor» aparecerán practicamente en todas las respuestas. De la misma manera, se habla a menudo de «huida de cerebros». En este tipo de visión emergen, de manera absolutamente natural, los llamados factores de expulsión y de atracción (push and pull factors), pero la primera respuesta del migrante y la de quien escucha pueden ser engañosas. Normalmente, las razones inmediatas esconden causas más profundas. En este caso también se necesita sustituir la foto por una radiografía.

2. Causas remotas
En la mayoría de los flujos migratorios, el contexto social y económico de origen se caracteriza por una doble contradicción. Por un lado, se dan unos islotes aislados de riqueza en un océano de pobreza y de miseria, o sea una gran concentración de ingresos se encuentra al lado de una gran exclusión social. La línea que divide el primero y el tercer mundo cruza, en realidad, cada país y hasta cada región. Por otro lado, desde los comienzos de los años 70, asistimos a una crisis prolongada y estructural del sistema capitalista de producción que aumenta el movimiento circular de enormes masas de personas en el mundo entero. La crisis afecta, en primer lugar, a las personas más vulnerables, que están obligadas a salir en busca de mejores condiciones de vida en tierras lejanas, siguiendo la estela del capitalismo.

Tomemos el ejemplo de los que afirman haber abandonado su patria debido a la sequía. En principio, la respuesta no es falsa, sino que es incompleta. Si es cierto que la ausencia prolongada de la lluvia obliga a las personas a dejar su propia región o su país, también es cierto que ella sola no determina un éxodo masivo. La sequía marca el momento de la salida, pero detrás de este látigo se esconde una estructura agraria y agrícula que desde hace mucho tiempo despoja a las personas de cualquier tutela. Esto está comprobado por el hecho de que, con o sin lluvia, los grandes terratenientes se quedan. Pues lo que causa la salida no es la sequía, sino « el contexto » en que viven esas personas: en otras palabras, las condiciones injustas y desiguales de la propiedad de las tierras agrícolas.

Lo mismo ocurre para otros tipos de respuestas o de análisis superficiales. En el contexto de la movilidad humana en general, la visión imendiata, superficial o simplemente cíclica esconde a menudo causas más profundas y estructurales. En la gran mayoría de los casos, las raíces de la migración se encuentran en la situación social y económica desfavorable a la estancia en el lugar de origen. La falta de trabajo o de un salario digno, la precariedad del sistema sanitario público y de la educación, relaciones laborales parecidas a la esclavitud, la cultura patriarcal en la que las mujeres están completamente sometidas a la fuerza masculina, la explotación del trabajo infantil (que no se debe confundir con la sana iniciación de los niños en ciertas tareas en el interior de la familia) – son todos ejemplos de esa situación.

En algunos países y en ciertas regiones, parece que nos encontramos todavía en la Edad Media, aún estando en pleno siglo XXI. El capitalismo revela así uno de sus rostros más evidentes y perversos; paradójicamente nos encontramos ante una contradicción: con la revolución tecnológica en acto, las inovaciones tecnológicas cada vez más avanzadas cohabitan con formas de trabajo que ya condenadas y abolidas desde hace mucho tiempo gracias a la lucha sindical a lo largo de la historia. Como declaró el sociólogo José de Souza Martins, formas no capitalistas pueden estar al lado de un sistema de producción capitalista.

Las otras causas de los desplazamientos de masa están ligadas – como acabamos de ver – a las persecuciones políticas, ideológicas o religiosas que obligan a las personas a escapar. También están relacionadas con los prejuicios, la xenofobia, la discriminación étnica o religiosa, un conflicto armado en el interior de un país (por ejemplo Líbano) o entre dos distintos estados beligerantes (por ejemplo, Israel y Palestina, Rusia y Ucrania), con enfrentamientos entre facciones rebeldes y fuerzas armadas (como en Colombia), con la violencia bajo sus numerosas formas, en particular la trata de los seres humanos gestionada por el crimen organizado, la lucha por el control de las drogas y el tráfico de armas (por ejemplo, México, Colombia y Brasil), con el trabajo estacional que, a lo largo de los años, puede llevar a una migración permanente.

III. Una mirada bíblica, teológica y pastoral
Existen tres maneras de leer el fenómeno de la migración a la luz de la Palabra de Dios. La primera consiste en tomar un cuento bíblico o un libro en particular – respectivamente el episodio de los Discípulos de Emaús o el Libro de Ruth – y, a partir de este enfoque, tratar de profundizar en el tema. La segunda manera consiste en tomar algunos textos bíblicos que hacen referencia al tema de la migración y entretejer una reflexión de carácter teológico espiritual o pastoral. Por último, la tercera consiste en leer toda la Palabra de Dios desde la perspectiva de la movilidad humana, poniendo el acento en una teología o espiritualidad del camino. Sin subestimar las otras maneras, nosotros seguiremos la tercera, considerando solamente algunos textos paradigmáticos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo Testamento, para ilustrar la experiencia de un pueblo en camino.

Mirar al migrante con los ojos de Dios
Por lo que atañe la antigua alianza, podemos dirigir nuestra mirada a lo que los expertos llaman el «credo histórico» del pueblo de Israel : Deuteronomio 26, 5-10, en su versión más elaborada, y Éxodo 3, 7-10, una versión más primitiva. Se trata, como es notorio, de la experiencia que contribuyó a la fundación de Israel como Pueblo de Dios. Comparando las dos versiones, encontraremos cuatro verbos en primera persona singular, todos atribuidos a Dios, que nos enseñan un hilo conductor que se presentará a lo largo de la Biblia entera. «El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel».

Las cuatro formas verbales – ver, oír, conocer y bajar – indican que, al momento de su «experiencia fundante», los Israelíes desarrollaron la teología y la espiritualidad de un Dios que no sólo está atento a la situación concreta del pueblo en el país de la esclavitud, sino que, sobre todo, baja para alcanzarlo en el camino del éxodo y del desierto y, más tarde, en el del exilio y de la diáspora. La acción de bajar se realizará plenamente con el misterio de su encarnación. Aquí, cabe evidenciar la sensibilidad y la solidaridad de un Dios que se hace próximo y que, ante la opresión del Faraón, toma posición en favor de los que sufren y de los que son humillados. En breve, se trata de un Dios que privilegia a los pobres, no sólo porque son pobres o porque son necesariamente «buenos», sino porque son víctimas de circunstancias históricas indeseadas.

El movimiento profético no hace nada más que destacar, a su vez, esta misma teología y espiritualidad en el turbulento periodo de la monarquía y del exilio. La combinación de la alianza entre la liberación y la promesa cobra nuevo vigor. De ahí el triple acento profético: la llamada a no oprimir al extranjero que vive en vuestra casa, ni a vuestro hermano, ya que «vosotros mismos fuisteis esclavos en la tierra de Egipto»; la denuncia frente a las diversas formas de opresión, porque vosotros, «¡Jefes de Jacob y magistrados de la casa de Israel! ¿No les corresponde a ustedes conocer el derecho, a ustedes, que odian el bien y aman el mal, que arrancan la piel de la gente y la carne de encima de sus huesos? Ellos devoran la carne de mi pueblo, le arrancan la piel, le quiebran los huesos…» dice el profeta Miqueas (Miqueas 3,1-3). Por último, el anuncio de «nuevos cielos y nueva tierra» (Isaías 65, 17-25), que es como el aliento de un pueblo oprimido que espera la promesa de la Jerusalén celeste.

Por lo que atañe al Nuevo Testamento, podemos detenernos en dos textos fundamentales. Por un lado, al inicio de su ministerio público, el profeta itinerante de Nazaret (John P. Meier) toma el Libro de Isaías para anunciar lo que podemos definir el «programa de Jesús» (Lc 4, 16-20; Is 61, 1-2). Él revela desde el comienzo de su predicación su predilección por los oprimidos, los esclavos, los prisioneros y los pobres, retomando con otras palabras las expresiones «el huérfano, la viuda y el extranjero» del Antiguo Testamento. La opción preferencial por los pobres tiene sus raíces en el corazón del Maestro, porque él ama de manera particular a los emarginados, a los impotentes, a los migrantes y a los excluídos: « Estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25,35).

Por otro lado, el evangelista Mateo interrumpe normalmente la narración para introducir breves resúmenes y poner de relieve algo que no se debe olvidar. « Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos…» nos dice el texto. Y sigue: « Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 35-38). Dos observaciones: en primer lugar, nuestra atención cae en el verbo « recorrer », que demuestra la práctica pastoral de Jesús y, solo este término ya sería suficiente para un buen retiro de conversión. Jesús no se limita a encontrar a las personas en el templo (o en la puerta de las iglesias), sale hacia los peregrinos. Además, con respecto a la « multitud fatigada y abatida», podemos poner el acento en particular en el número de migrantes que vagan por el mundo, a menudo huérfanos, solos y perdidos.

Mirar a Dios con los ojos de los migrantes
Quien anda mucho, aprende pronto a aligerar no sólo su propio equipaje sino también su propia alma. Cada viaje largo nos enseña a dejar de lado lo superfluo y a guardar sólo lo esencial. El hecho de migrar y de migrar otra vez, ayuda a discernir lo que es esencial de los que es negociable. El camino – sobre todo si se recorre una, dos o varias veces – nos enseña la sabiduría de liberarnos de lo que es pesado y de ralentizar el paso para centrarnos en el destino, en el horizonte de la existencia humana. En una palabra, los pies del peregrino desarrollan una mística natural, la de relativizar «las cosas» en términos de cantidad y absolutizar «una/la sola cosa», lo más importante, como podemos constatar en el episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María (Lc 10, 38-42). Asimismo, según el concepto del cor inquietum de san Agustín, el migrante representa la condición de todo ser humano, peregrino en la tierra, en busca de la patria última.

Según la Doctrina Social de la Iglesia (DSC), hay semillas del Verbo en el corazón de toda persona y de toda cultura. Al desplazarse de un lugar a otro, los migrantes llevan consigo estas semillas. Según el bienaventurado J.B. Scalabrini – «padre y apostol de los migrantes» – como las aves y los vientos transportan el polen que fecunda la vida, de la misma manera los viajeros llevan consigo por las carreteras expresiones y valores que fecundan la tradición cultural de otros pueblos. Por esto la migración no cesa de ser un instrumento de evangelización que apunta a promover la purificación mutua y permanente de las culturas, como nos recuerda el documento de Aparecida. Además, el migrante nunca se puede considerar únicamente como víctima de la explotación del mercado laboral. Si es cierto que, por un lado, normalmente es candidato a llevar a cabo los servicios más pesados, más peligrosos y peor retribuidos, por otro lado, es igualmente cierto que su indomable e imbatible terquedad hace de él un protagonista y un profeta del futuro. Por caminos hoscos y hostiles o «por mares hasta allí desconocidos» – según la expresión del poeta portugués Luís de Camões – la mirada dirigida hacia Dios se convierte en el faro del «frágil navío» de cada migrante.

Desde esta perspectiva, la fe y la esperanza del pueblo migrante es normalmente una luz que muestra nuevos horizontes para la historia, tanto personal, como familiar o colectiva. En su equipaje, aun pobre y limitado, no es raro encontrar un símbolo de la religión de sus antepasados, como la Biblia o el Corán para los musulmanes. De esta manera, el hecho de migrar pone en marcha, de por sí, no sólo las esperas del migrante y de su familia, sino también la propia Historia. Por un lado, el desplazamiento forzado denuncia en origen la incapacidad de muchos países de garantizar una vida digna a sus habitantes. Por otro, a través del fenómeno del tránsito y del destino elegido, anuncia la urgente necesidad de cambios estructurales en las relaciones nacionales, regionales e internacionales. En breve, no es exagerado afirmar que la expresión de Martín Luther King I have a dream (Tengo un sueño) se convierte en una fuerza motriz en la vida del migrante. Parafraseando a Euclides da Cunha, «el migrante es en primer lugar y ante todo una persona fuerte».

IV. Desafíos y perspectivas: ¿qué hacer?
Después de un breve panorama de la realidad de la migración (partes I y II), seguido por algunos elementos bíblicos, teológicos y pastorales que iluminan y orientan (Parte III), el objetivo de esta última parte es ofrecer unas pistas de acciones sociales, pastorales y políticas. Más que «reinventar la rueda», intentamos poner el acento en algunas actividades que, en la mayoría de los casos, ya se están llevando a cabo en la Iglesia en general y en la Pastoral de Migrantes en particular.

1. Acogida y documentación
La acogida es el ADN de la Pastoral de Migrantes. Es la apertura del corazón, de las puertas y de los espacios eclesiales y culturales al otro, «al extranjero, al diferente». Acoger significa, sobre todo, promover una ayuda inmediata para los que llegan. Esta asistencia significa, en cada caso, preocuparse por la dimensión personal, familiar, social, jurídica, educativa, sanitaria, psicológica… Es por esto que existe una red de Casas de los Migrantes, diseminadas en la frontera entre México y Estados Unidos, entre México y Guatemala o entre Chile, Bolivia y Perú y en algunas ciudades con un gran número de migrantes (San Pablo, Santiago, Manaús). Es inútil añadir que, muy a menudo, es fundamental enseñar la lengua local.

La acogida es acompañada por un largo trámite de regularización de los papeles. Sin éstos, todas las puertas se cierran, a partir del acceso a un trabajo digno y a un contraro regular. El trabajo, a su vez, abre una serie de oportunidades. Una vez más, los migrantes pueden contar con una red de centros de acogida y de orientación, que cuentan con la colaboración de asistentes sociales, abogados y otros profesionales que pueden facilitarles una integración más rápida en la sociedad. Los modales groseros con los que la mayoría de las autoridades de policía federal tratan a los nuevos llegados son notorios. La presencia de un profesional permite que los migrantes tengan una mayor confianza.

2. Derechos de los Migrantes
El compromiso por la defensa de los derechos del hombre en general y de los derechos de los migrantes en particular, es una de las características de la acción social y pastoral en el mundo de la movibilidad humana. Muchos inmigrantes se quedan durante meses, años o incluso décadas (cuando no toda la vida) en la situación precaria de inmigrantes sin papeles o irregulares. En esta condición de irregularidad se encuentran vulnerables y expuestos a todo tipo de explotación laboral, sexual y se convierten en presa fácil de la red mundial del crimen organizado.

Conocemos bien el peso de la expresión «sin papeles» en realidades como Estados Unidos, o en Europa, en Australia, en Japón, para citar algunas. Ella traduce concretamente la inseguridad, la inestabilidad y, por último, el proceso de repatriación. Desafortunadamente, por lo que concierne el trato de los inmigrantes sin papeles, lo mismo ocurre en países en vías de desarrollo o en los países emergentes. Es por esto que urge poder contar con una tutela judicial para conquistar y/o defender el derecho a la vida y el derecho a la dignidad humana.

3. Parroquias multiculturales y pluriétnicas
Desde un punto de vista estrechamente pastoral, en las parroquias de acogida, hace falta salvar y promover los valores culturales y religiosos de los migrantes. No es difícil crear espacios para encuentros multiculturales o pluriétnicos, como la fiesta del santo patrón, la fiesta nacional etc. Aquí se esconde, sin embargo, una ambigüedad que a menudo se traduce en una trampa capaz de confundir a los menos atentos. La preservación de la lengua de origen, de las expresiones culturales y religiosas ayuda a cementar y mantener la cohesión del grupo étnico, en particular en los casos de discriminación, de prejuicios y de hostilidad. Sin embargo, en este proceso de salvamento cultural se da el riesgo de crear unos ghetos que impiden la rápida y natural integración. Utilizando un lenguaje metafórico, los ángeles de la tradición religiosa pueden transformarse en demonios, en promotores de división y aislamiento. El reto consiste en encontrar el equilibrio entre el respeto de los diferentes grupos étnicos y la gradual integración en la sociedad del país de acogida.

Preservar y promover los valores de cada persona, de cada pueblo y de cada cultura exige en primer lugar un espacio dedicado a la historia individual y colectiva. En esta línea, a menudo las reuniones de inmigrantes por grupo étnico son reveladoras. Se supone que la migración representa una experiencia que deja muchas heridas, algunas de las cuales nunca van a cicatrizarse. La erradicación y la exposición al sol tórrido durante el viaje tienen consecuencias inevitables. Normalmente, el individuo que sale sufre tanto cuanto los que se quedan en el país de origen. Contar su propia historia – como nos dice la Psicología – es una manera de exorcizar las sombras que oscurecen el camino. Verbalizar el sufrimiento permite liberarse del peso heredado del pasado. Lo mismo vale para la historia de un grupo en su conjunto. Es importante, por tanto, promover un tiempo y un espacio para aquellos migrantes cuyos caminos se cruzan y pueden intercambiar sus experiencias y así enriquecerse mutuamente.

4. Presencia en el momento de la salida y de la llegada
Así como los movimientos migratorios tienden a establecer un puente de supervivencia entre la patria y el país de llegada, los agentes y los líderes que acompañan a los migrantes pueden comprometerse a construir, a través de correos, un puente social y pastoral entre el lugar de salida y el de llegada. Tratar de juntar las dos extremidades del puente a través de visitas regulares, misiones populares, intercambios de informaciones y de personal: he aquí una manera para mantener y fortalecer la fe y los esfuerzos de los migrantes en su lucha por una vida justa y digna. Si a los migrantes les cuesta ir a la iglesia pues ésta debe hacerse presente allí donde ellos se encuentran.

Esta presencia de la Iglesia, tanto en el momento de la salida como en la llegada no es una novedad de los tiempos modernos. En efecto, a finales del siglo XIX, el obispo JB Scalabrini fundó un Instituto religioso (con una rama masculina y una femenina) y un instituto secular para acompañar a los emigrantes italianos, tanto en su diócesis de Piacenza y en otras regiones de Italia, como al otro lado del océano, en Estados Unidos, Brasil, Argentina, Australia, y en otros lugares. El fin – decía -, era llevarles «la sonrisa de la patria y el consuelo de la fe». Añadía además que «para los migrantes, la patria es la tierra que les da el pan”, y concluía que “las migraciones ensanchan el concepto de patria más allá de las fronteras materiales”.

5. Centros de estudio y de pastoral
Para llevar a cabo una labor más eficaz y de mayor incidencia social y política, hace falta dar una lectura científica y actual del fenómeno de la movilidad humana. Con este fin nacieron los Centros de Investigación sobre las Migraciones, presentes hoy en Europa, Asia, África, América del Norte y del Sur. En colaboración sinérgica con otras instituciones académicas, estos centros llevan a cabo investigaciones, estudios y organizan conferencias, reuniones, cursos y seminarios para involucrar al mayor número de personas, pero también para sensibilizar a la Iglesia, a la sociedad civil y a las autoridades hacia el drama de la inmigración. Es evidente que esa lectura profundizada de los flujos y de las tendencias, de las causas y de las consecuencias de la migración sigue estando ligada estrechamente a los elementos anteriores. Ella permite no sólo aumentar las actividades pastorales, sociales y políticas, sino pone también el acento en los cambios necesarios para la emanación de nuevas leyes sobre la inmigración.

Con respecto a todo eso, es importante destacar la creación del Foro Internacional sobre Migración y Paz. Con ocasión de su V edición (Antigua, Bogotá, México, Nueva York y Berlín), ese Foro presentó un doble objetivo: por un lado, separar el concepto de migración de la ideología de la seguridad nacional y del crimen organizado, haciendo hincapié ante todo en el potencial que ella representa para la construcción de la paz; por otro, hacer de manera que las autoridades políticas, los investigadores universitarios y otras personalidades se comprometan y actúen más a nivel social y político en favor de los derechos de los migrantes.

Padre Alfredo J. Gonçalves, CS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.