María Cohen– Limón
“En compañía de Jesús y María, espero que usted se encuentre en paz.
En una homilía escuché que nada se puede hacer cuando una persona siente atracción hacia otra del mismo sexo. Esto nos causó un impacto tan doloroso que no nos atrevíamos a levantarnos para acercarnos a recibir la Santa Comunión… La Providencia quiso que alguien que nos conoce, se acercara y nos diera la Santa Comunión.
Me pregunto, ¿será que aquel predicador no estará bien informado? Hay que mantener la lucha y animarnos recíprocamente para mantenernos fieles. No lograremos la victoria completa, pero no hay que renunciar al combate espiritual y perseverar.
¿Qué nos dice Monseñor? Le estamos muy agradecidos”.
Respuesta
Estimada María, mi primera reacción, cuando me enteré de lo que dijo aquel celebrante acerca de la atracción homosexual, ha sido la de pensar que él quería evidenciar lo dura que es esa situación. No creo que condenara de antemano a toda persona que experimente la homosexualidad.
Con respecto a hermanos y hermanas que experimentan ese tipo de atracción, siempre es de grande utilidad recordar cuanto nos dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por autorización de San Juan Pablo II en 1983. Podemos resumir lo sustancial en seis puntos:
- La homosexualidad reviste formas variadas y no se da siempre con la misma intensidad: va desde manifestaciones ocasionales en personas más bien heterosexuales, hasta inclinaciones y atracciones profundas hacia personas del mismo sexo. En cualquier caso, su origen psíquico permanece en gran medida, inexplicado (cfr núm. 2357).
- La enseñanza cristiana, en fidelidad a la Palabra de Dios (Rom 1, 24-27; 1Cor 6, 10; 1Tim 1, 10) siempre ha declarado que los actos homosexuales son intrínsicamente desordenados. Ellos son contrarios a la Ley Natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden pues, recibir aprobación en ningún caso (núm. 2357).
- El no poder aprobar la conducta homosexual, no implica en absoluto que la Iglesia “condene” a la persona homosexual o la infravalore. El mismo Catecismo declara: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. Es decir, no elijen su condición homosexual. Ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba” (núm. 2358).
Mis muchos años de apostolado sacerdotal me han hecho constatar que esa delicada situación es fuente de profundo sufrimiento; y no sólo y tanto porque la persona homosexual puede experimentar menosprecio, burla y hasta rechazo, sino, por la situación en sí misma. El “desacuerdo” entre la propia realidad corporal-biológica y el propio mundo psíquico, es motivo constante de sufrimiento. Es fácil repetir la conocida expresión “orgullo gay”, cuando en realidad apunta a una dura situación.
- Por lo dicho hasta aquí, “los homosexuales -continúa el Catecismo- deben ser acogidos con respeto, comprensión y delicadeza. Entonces se evitará con respecto a ellos todo signo de discriminación injusta” (núm. 2358). Yo mismo puedo dar testimonio de que no son pocas las personas homosexuales que han afirmado que, ha sido en la Iglesia, en donde más respeto y acogida han experimentado.
- Dios ama a todos sin ningún tipo de discriminación y a todos da la Gracia para que podamos comportarnos honestamente. Es obvio que hay situaciones que exigen más compromiso y más combate espiritual que otras, como puede ser, por ejemplo, que en un matrimonio cristiano la propia pareja sufra de una prolongada enfermedad… Nos sale al encuentro la afirmación inspirada de San Pablo: “Dios no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas” (1Cor, 10, 13). Obviamente no nos referimos sólo a las fuerzas naturales, sino también, a la fuerza que nos viene de la ayuda sobrenatural de Dios (Gracia).
Por otra parte, se comprende que estas afirmaciones puedan sorprender e inclusive parecer “ingenuas”, pero no lo son para los que tiene fe y ponen toda su confianza en Dios.
- Es en este orden de ideas que el mismo Catecismo concluye diciendo: “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo, que eduquen la libertad interior y, a veces, mediante el apoyo de la amistad desinteresada, de la oración y la Gracia sacramental, puede y debe acercarse resueltamente a la perfección cristiana” (núm. 2359).
Que la Iglesia “cree” sinceramente lo que el Catecismo afirma, lo demuestra, entre lo demás, que ella haya reconocido y declarado como santo -es un ejemplo- a Aelredo de Rieveaul, un monje inglés del siglo XII que, en su juventud, en la corte del rey de Escocia, parece que había caído en graves actos homosexuales.
Como puede apreciar, estimada María, todo esto confirma lo que tan atinadamente nos ha escrito, es decir, que hay que mantener la lucha y que hay que animarnos recíprocamente para mantenernos fieles en el combate espiritual.
Por Monseñor Vittorino Girardi mccj
Obispo Emérito, Tilarán-Liberia
buen dia a todos y a todas que Cristo Nuestro Señor Jesucristo les Bendiga.
Estimados con mucho respeto y amor de Cristo me dirijo a ustedes para saber como se hace para entrar en el Centro Misionero Carlos Comboni.
Quedare a la espera de sus respuestas espero que sea positivo