El enviado de Dios es para todos

Reflexión del Evangelio

XX Tiempo Ordinario

Ciclo A, evangelio según san Mateo 15, 21-28

Domingo 16 de agosto, 2020

Lo que el mundo está viviendo es profundamente caracterizado, entre otras cosas, por la experiencia de la emigración de masa. Costa Rica también es país de inmigración. El encuentro con las más variadas culturas y, de toda manera, diferentes de la nuestra, continúa a hacer problema, cuando no se vuelve en ocasión de discriminación, de explotación y de desorden.

El Padre bueno, está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.

El Evangelio de hoy describe el encuentro del judío Jesús con una extranjera, una mujer, una madre cananea, pagana, que recuerda a Jesús que Dios no puede hacer preferencias por nadie, que al banquete de Dios hay pan para todos sus hijos.

Los discípulos de Jesús eran judíos, educados a la más rigurosa creencia religiosa: la salvación es solamente para los judíos. Jesús mismo parecía de este aviso: “dirigíos solamente a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 10, 5-6), los paganos tenían que ser considerados como inmundos y perdidos (He 10) olvidando lo que decía Isaías en la primera lectura y Jer 3,19 que Dios siempre había considerado como hijos suyos también a los otros pueblos.

Para Jesús no había todavía llegado la hora de llevar la Buena Noticia a los paganos, pero había en el mismo tiempo cumplido gestos claros para indicar que la salvación era para todos los pueblos, como había hecho con el centurión romano (Mt 8, 5-15). La mujer cananea había seguramente entendido hablar de la bondad de Jesús y por eso no se echa atrás.

El amor materno de esa mujer cree que Jesús puede sanar a su hija enferma y poseída por el demonio, porque Dios quiere la felicidad de sus criaturas. En un gesto audaz se postra ante Jesús, detiene su marcha y, de rodillas, con un corazón humilde, pero firme, le dirige un solo grito: “Señor, socórreme”, esperando alcanzar así su corazón. Ni la desalienta primero el silencio de Jesús, ni su respuesta a los apóstoles, que sugieren a Jesús de despedirla.

El amor por su hija le hace aguantar también la humillación que Jesús le da, llamándola perra. Y lo que todos habrían tomado como una ofensa, lo convierte en ocasión de una ulterior invocación: “también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. “Perro”, así los judíos llamaban a los paganos. Una imagen dura. Pero, dice la cananea, en la mesa del Padre se pueden alimentar todos: los hijos de Israel y también los “perros” paganos. El enviado de Dios tiene que serlo para todos, también por la “oveja perdida” pagana.

Esta mujer está descubriendo a Jesús que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre bueno, está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.

La respuesta de esa mujer cananea, conmueve a Jesús que le dice: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Jesús que en el “Padre Nuestro” nos ha invitado a decir al Padre: “Hágase tu voluntad”, ahora es él que hace la voluntad de esa madre desesperada. También un Maestro, si es un buen maestro, aprende. Es en el dialogo que se realiza el verdadero cambio de la mirada de Jesús: la cananea ayuda a Jesús a descubrir una imagen más auténtica de Dios. Jesús aprende de la vida a eliminar sus prejuicios, a volverse como el Padre atento al grito, a las lágrimas y también al gozo de los demás, aunque sean paganos.

Probablemente Jesús quiso evangelizar a sus apóstoles por medio de esa mujer pagana, jugando el rol del israelita íntegro y puro para mostrar cuanto fuera insensata y ridícula la mentalidad separatista cultivada por su pueblo.

Mientras las “ovejas de la grey” se quedaban lejos del pastor que quería adunarlas (Mt 23,37), los “perros” se le acercaban y, por su gran fe, obtenían la salvación.

Jesús elogia esa madre, porque no se rinde a sus silencios ni a su rechazo. Una mujer pagana que no conoce a Yahvé, que sirve a Baal y Astarté, es declarada “mujer de gran fe”. Cree que Dios es más atento a la felicidad de sus hijos que a su religión. Cree que Dios considera la liberación del demonio de una niña cananea más importante que el ser rectamente adorado y glorificado. Cree que la gloria de Dios es el hombre viviente, el hombre sanado, una niña feliz, una madre abrazada a la carne de su carne finalmente sanada. Grande es la fe de esta mujer. Jesús elogia a esa mujer, como para decir a los apóstoles y a sus discípulos de todos los tiempos que los que no conocen el “Credo” pero conocen el corazón de Dios, pueden evangelizarnos y enseñarnos lo que es creer.

Donde hay dolor, allá está Dios. Y ese Dios nos dice que todos son de los nuestros, sea los extranjeros que los de nuestra casa; todos hermanos en una casa común (Gal 3, 26-29).

Ojalá pudiéramos conmovernos como Jesús, y como él intervenir en ese mundo donde hay tanta hambre y miseria, donde hay una riolada de madres cananeas que imploran migajas por sus cachorros, triturados por el hambre y la sed, por la enfermedad y la guerra; entonces, sí, comprenderíamos qué es el Reino, qué es la nueva tierra.

Esa imagen, nacida desde el corazón de una madre, hizo brecha en el corazón de Jesús. Dejemos que llegue también al nuestro. Y pongamos encima de todo no a nuestros derechos, sino al derecho del dolor, al derecho del hambre, derechos que pesan más que todas las identidades o pertenencias religiosas. Pongamos encima de todo el deber de la piedad y de la justicia.

“Cuando nos encontramos con una persona que sufre, la voluntad de Dios resplandece allí con toda claridad. Dios quiere que aliviemos su sufrimiento. Es lo primero. Todo lo demás viene después. Ese fue el camino que siguió Jesús para ser fiel al Padre” (Pagola 2020).

El sábado 15 de agosto, en la fiesta de la Asunción de María, Costa Rica ha celebrado la fiesta de la Madre. Le deseamos a todas las madres que puedan tener el mismo amor, la misma fe y perseverancia que la madre cananea del evangelio de hoy, y de la Madre de Jesús y nuestra, Santa María. Y que los hijos amen siempre, honoren y glorifiquen a su madre, como hizo Jesús con María.

Amén.

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