Calles sin asfalto, a veces lastre a veces barro; ríos para cruzar, bosque por todo lado, aire puro, naturaleza al 100%, y especialmente la sencillez de la gente que nos recibe y abre sus casas y capillas para darnos una acogida humilde pero de corazón.
Un poco de lluvia algunos días, característico del lugar, no nos impidió poder estar con la gente. Nada que unas botas de hule no pudieran aguantar… aunque es fuera de lo acostumbrado, para quienes estamos en la ciudad, lo sentimos parte de lo que hay que experimentar para sentirse del lugar. Así, tantos otros detalles nos permitieron, una vez más, amar el llamado que Dios nos hace a la misión.
Esto y más es lo que encontramos cada vez que vamos a Talamanca, zona indígena en la Provincia de Limón, que hace límites con el país vecino de Panamá. Más concretamente, nos encontramos en la parroquia Santiago Apóstol, Amubri, atendida desde hace muchos años por la Congregación de la Misión, más conocidos como los Vicentinos. Ya son varios años que nosotros, del Seminario Comboniano, vamos en el mes de julio a compartir y aprender de los pueblos amables y cristianos de nuestro país.
Así, el 4 de julio, postulantes y formador, nos encaminamos hacia Amubri, unos 160 Km de San José. Ya allá, nos distribuimos de dos en dos, como los apóstoles, a las diferentes comunidades: Boca-Urén, Dururpe, Katsi, Namuwoki y Briss. En estas comunidades, y hasta el 12 de julio, visitamos los hogares, dando prioridad a los lejanos o los enfermos, rezamos rosarios, jugamos con los niños, participamos con los jóvenes, celebramos la Eucaristía, impartimos temas que tenían como foco principal fortalecer la vida en las familias y en los hogares cristianos. Sí, como nos lo pidió el párroco del lugar, se trataba de fortalecer las familias en estos tiempos difíciles.
La gente del lugar tiene una gran fe. No es fácil caminar distancias para asistir a misa, para participar de un encuentro, para llegar a una capilla. Pero hubo presencia, cercanía y espíritu de fe y de oración. Así lo cuentan las historias de fe desde tiempos de sus abuelos. Son de esos lugares que, desde lo poco y con poco, construyen Iglesia. Pero aún hay mucho por hacer, mucho que compartir.
Dios nos permite escuchar su voz a través de las voces de las personas, de la compañía de los niños, del dolor de los ancianos o de los enfermos. Nos ha hecho sentir -como nos lo decían por “casualidad” las lecturas de la Eucaristía de esos días, cuando Jesús llamó a los doce- enviados, mensajeros de una palabra que no es la nuestra, pero partícipes de una alegría que sí era nuestra y de todos: la de compartir la gracia de Dios en la misión.
Pbro. Juan Diego Calderón mccj