El don inmerecido del sacerdocio

Jueves Santo 9 de Abril 2020.

En la humildad de este gesto, nos enseña hoy quién es verdadero Maestro.

Queridos Sacerdotes:

Mi saludo y mi oración por cada uno de ustedes en este Solemne Jueves Santo. Que la gracia de Dios sea con ustedes hoy y siempre… en todo momento.

De seguro cada uno de nosotros hoy estará recordando el cómo nos sentimos llamados… ¿cómo fue ese día? ¿dónde estábamos? ¿Quién nos guió hasta un seminario o para despejar esas inquietudes que teníamos? ¡Cuánto agradecemos a nuestros padres, nuestros familiares, el párroco de nuestra comunidad, aldea, parroquia, quizá al catequista! Y aún, recordamos el camino del seminario, los que fueron nuestros compañeros seminaristas, los formadores… Gente a quienes recordar y por quienes seguir orando, sea que ya hayan partido a la Casa del Padre, o que todavía estén “por aquí.” Y todos los lugares por donde hemos pasado en nuestro ministerio sacerdotal y misionero.

Y sin dudar, recordamos el día de nuestra ordenación. Los que estaban con nosotros, la emoción y alegría, seguro muchas veces junto con lágrimas de alegría, o el nerviosismo del momento. Y el escuchar la oración de un Obispo que nos imponía sus manos, la compañía de otros sacerdotes, el momento en que nos postramos, y toda la corte celestial unida en oración, así cielo y tierra se juntaban para agradecer y rogar por un nuevo sacerdote. Y nos sentíamos privilegiados e indignos. ¿Y quién es digno? Solo el Señor nos hace dignos de servirle en su presencia.

Hoy, agradeciendo el don inmerecido del sacerdocio, lo hacemos celebrando, solos o en pequeña comunidad, transmitiendo por medios de comunicación, ya que el pueblo hoy no está, al menos físicamente. Agradecemos, en oración. Agradecemos sirviendo desde nuestra capilla, desde nuestra comunidad, teniendo presentes a tantos y tantos que queríamos acompañar este día. El coronavirus nos alejó en el espacio, pero no en el espíritu.

Hoy, agradecemos al Señor por este don de poder llevarlo, de poder celebrar la Santa Eucaristía, de poder confesar, de poder ser “padres” porque así nos llama la gente. Un título simple que nos hace cercanos. Y lo agradecemos recordando que este nuestro sacerdocio es un inclinarse para lavar los pies al pueblo, tan cerca de ellos como lo estuvieron las manos de Cristo al tocar los pies a Pedro. Cuando el Hijo sea elevado, será glorificado, había dicho Jesús. Y hoy vemos su gloria también cuando se abaja al nivel del suelo, cuando se sigue despojando de algo, para tocarnos, purificarnos, tener parte con cada uno de nosotros. En la humildad de este gesto, nos enseña hoy quién es verdadero Maestro.

Hoy, una vez más, rezamos unos por los otros y estamos unidos a nuestros pueblos, los de origen, donde nos ha tocado trabajar, donde estamos. A nuestros familiares, amigos, bienhechores, gracias por apoyarnos en nuestro ministerio sacerdotal y misionero.

A ustedes, padres, quien con más de 60 años de sacerdocio (¡un gran y bello testimonio!), o quien apenas unos cuantos, mi oración, Estaremos hoy más juntos que nunca celebrando en el altar, la Santa Eucaristía. ¡Felicidades a todos!

Pbro. Juan Diego Calderón Vargas, mccj

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